Cierro los ojos y te miro más.
La poesía es la terquedad de la noche, entusiasmada de pájaros, que miran, más allá de las palabras, la llegada del amanecer preciso del ser querido, todas las veces que lo disponga la oscuridad.
La poesía habla en nombre propio como el principio de la nada que encanta desde su misterio y el peregrinaje de su acento, en los trasnochos del corazón. La luna tiene la culpa. No porque inspira sino porque respira la lealtad de la poesía.
II
Centurias hace que un felino desnudó su liviandad y la expuso al fuego remolino y dancístico en aquella montaña luz, donde las diosas conversan, en el centro de la soledad. Abrasada, toda su piel se convirtió en melao colosal que recorrió los caminos, sangre, piedra, circunstancias, símbolos, por las arterias de la tierra.
La travesía, desordenada y libre, tejió música de arrendajos de hacienda y galopes de caballos blanquinegros, por la llanura de los sueños. El cielo presenció el desbordamiento indetenible de las coplas, a través de la garganta de los ríos cortejados por el silencio de la sabana perfecta.
Lava desteñida de luceros. Arrojo del alma por la boca del desierto. Espuma de golondrinas hermanadas por la sabiduría que despilfarró colores cubiertos de nostalgia, almíbar de niñas que juegan ronda encima de la mar.
Las sombras ladinas rodearon aromas, selvas, refugios, cansancio, ropaje de flores; fauna en concierto de amarillos; crisálidas en vuelo, violines en sinfonías verdes, bajo el sol.
Se escuchó el maído. Era la poesía. Bautizada así por la firma del felino, en el caramelo de su tranquilidad, después del canto de la montaña encendida.
III
La tonada íntima del alma minina se deslizó por el Carpe Diem, de Whitman; por el canto del pájaro enjaulado, de Angelou; por el laberinto de la soledad, de Octavio Paz; por la subversión desgarradora de Rimbaud; la dinastía Tang, de la letra Li Bai; el desafío de ‘tú que me conoces”, de Rafael Cadenas; el paso del tiempo, de Hesse; las ausencias, de Vallejo; los ministros de Ramos Sucre; los Oficios de Ana Enriqueta Terán; los portales de la melancolía, de Gerbasi; el día final que se iba, de Crespo; la mujer sola de Pantin; el feminismo de Sor Juana; los besos filtro y la boca ánfora, de Baudelaire. Y así, muchos otros y otras, para definir lo que somos y no somos del ser.
La Poesía ni vino ni se fue. La Poesía está, escaleras adentro… gigante….antaña…transhumana, de las mujeres y de los hombres… licor… fuego… cosmo… siempre.
POESÍA,EL MAÍDO DESPUÉS…
